Hoy nos invita a conocer mejor nuestra biblioteca el profesor del departamento de Filosofía José Antonio Antón Amiano sugiriéndonos la lectura de uno de los muchos libros interesantes que en ella podemos encontrar.
El hombre (y la mujer) del Renacimiento
Con la intención de dar visibilidad al fondo bibliográfico de nuestra biblioteca y animando tanto a docentes como al alumnado a perseverar en el empeño, aquí presentemos la recensión de uno de sus muchos e interesantes libros. Aprovechando la temática de nuestra semana cultural, El hombre del Renacimiento (Alianza, Madrid 1990) obra colectiva coordinada por Eugenio Garín nos interpela desde su abigarrada galería de tipos: el príncipe, el cardenal, el comerciante, el filósofo, el artista, la mujer, el viajero…
Época de tensiones y crisis, el Renacimiento muestra en algunas de estas tipologías la agudización de elementos del fin del medievo y los cambios que presagian la modernidad. El capítulo dedicado al príncipe se centra precisamente en los intentos de legitimación del gobernante (más que del gobierno en sí) sobre bases nuevas, con mayor énfasis en los escritos teóricos de Lorenzo Valla o Maquiavelo que en la práctica política misma, quizás porque bajo la apariencia del sofisticado príncipe renacentista no hay sin “tiranos disfrazados”.
Pero si de la trastienda del poder se trata, y aunque las palaciegas no son nada desdeñables, conviene centrarse en las vinculadas con el estamento religioso. El capítulo dedicado al cardenal es un auténtico breviario de intrigas. Papas y cardenales (171 con el Papa Borgia) se pasean por este capítulo, bajo ese turbio clima de violencia y disipación que caracteriza a la época y que, según el autor, se naturalizó hasta el punto de considerar normal tanta depravación.
El capítulo intitulado “El filósofo y el mago” muestra muy bien cómo en los momentos de crisis la distinción entre lo racional y lo irracional se diluye, como en el caso de Paracelso, cuya doctrina era una “mezcla de mística, magia y alquimia. Pero muy bella, porque representa un esfuerzo muy sincero de ver el mundo en Dios y Dios en el mundo, y el hombre participando entrambos”. No muy alejada de esta elevación de lo humano, la antropocéntrica interpretación del Génesis de Pico della Mirandola, que ensalza al ser humano como ser libre y sin ataduras, obligado a modelarse a sí mismo.
Pese al título, el libro dedica un capítulo a la mujer en el Renacimiento. Los datos sobre la alta fecundidad contrastan con la elevada tasa de mortalidad infantil: “Los neonatos tenían unas posibilidades de supervivencia que oscilaban entre el 20 y el 50%. (…) El neonato puede que fuera mirado por las madres del Renacimiento como un ser transitorio, al que sólo se podía dedicar un cariño frágil aunque intenso”. La herencia tenía como función la perpetuación del linaje; salvo contados casos, como en el caso de Flandes, la mujer no heredaba nada, siendo la dote un modo de quitársela de encima, en los caso menos pudientes, o una transferencia de hombre a hombre, en el caso de los más ricos, donde el amor romántico asomaba esporádicamente, subyugado en todo momento por la autoridad patriarcal. La separación era una prerrogativa masculina y sólo la viudez permitía permanecer a la mujer en el domicilio “en tanto viviera de una manera casta y los niños se quedaran con ella”. La visión de la sexualidad era tan restrictiva, que “la propia relación marital, si estaba muy cargada de pasión, era pecaminosa”. Lo que en las altas esferas alcanzaba el grado de normal entre las clases bajas era claramente pecado, si bien esto no impedía que la prostitución estuviera legalizada: “La prostitución, tolerada en el Medievo, fue aceptada y de hecho institucionalizada durante el Renacimiento. En Toulouse el municipio era propietario de un burdel”.
Especialmente revelador es el papel de la brujería, que según el autor nació en los Alpes. Lo que dentro del convento era normal (una vida en comunidad femenina, estados de extasis y exacerbación..) fuera de él se convertía en herejía y brujería, ya se trataran de actividades científicas (Galileo), especulaciones filosóficas (Bruno)… Lo que no se adecuaba a la norma religiosa era especialmente sospechoso si se era mujer, sobre la que se cebó principalmente la represión de la Inquisición (el libro cifra en unas 100.000 el número de víctimas entre 1480 y 1700). Es de interés recordar que la educación de la mujer en el ámbito protestante (todas deben saber leer para poder llegar a Dios )abrió las bases de una futura educación igualitaria, en contraste con el ámbito católico, mucho menos propicio a su posible emancipación.
El filósofo francés de origen húngaro Tzvetan Todorov dijo cuando recibió el Premio Príncipe de Asturias que todos somos extranjeros y “por cómo percibimos y acogemos a los otros, a los diferentes, se puede medir nuestro grado de barbarie o de civilización”, prolongando la huella antropológica que va de Montaigne a Levi Strauss. Precisamente su capítulo se titula “Viajeros e indígenas”, centrándose en Colón, Vespucio, Cortés, Bartolomé de las Casas y Bernardino de Sahagún. Siempre que es posible, revisa su obra escrita, para extraer con finura y claridad lo que transmite su pensamiento.
El contacto de Colón con el mundo lejano está marcado por una curiosa ambigüedad: le interesaba más el hecho de descubrir que el objeto descubierto en sí ¿Es éste el verdadero espíritu del aventurero? Su mente –como la de don Quijote- se había alimentado de relatos fabulosos, lo que le impidió acercarse realmente al otro, del que no aprendió ni su lengua ni sus costumbres, fantaseando acerca de lo que los indígenas le transmitían: “Colón decidió que los indios le decían lo que quería oír”. Mejor intérprete de la naturaleza que del alma humana, admiró los paisajes que descubrió y siempre supo elegir los buenos vientos, pero su visión del indígena pasó de una concepción del buen salvaje a una imagen de crueldad y barbarie: la generosidad inicial se transformaba en robo y su pacifismo en violencia, y Colón no parecía entender el porqué: “Colón descubrió América, pero no a los americanos”.
A diferencia de Colón, Vespucio era más un narrador que un verdadero aventurero. Su gran mérito es literario: “Américo escribió los mejores relatos de viaje” y lo hizo al gusto de la época, buscando los intereses del lector y los temas que más podían atraerle (v. gr. el canibalismo).Mientras que las referencias culturales de Colón son medievales las de Vespucio son ya renacentistas.
Aunque Cortés se acercó más a la cultura indígena, sus intenciones no eran precisamente antropológicas (basta recordar como manipuló el mito de Quetzalcoatl): “Cortés se admiraba por los objetos producidos por los artesanos aztecas, pero no los reconocía como seres humanos”. En su testamento “sólo faltaban los indios, a pesar de que eran la única fuente de todas sus riquezas”.
Si hay algún antecedente del relativismo cultural, ese es Bartolomé de las Casas, “el defensor de los indios” según la voz popular, “un humanista militante” según Todorov. A diferencia de los anteriores, más preocupados por sus intereses personales y los de la Corona, de Las Casas se preocupó por protegerlos del sufrimiento, predicando su cualidad humana y su igualdad en derechos, si bien esto lo matiza bastante Todorov, señalando las fases de su pensamiento, que basculó de una inicial denuncia y reivindicación de lo que hoy llamaríamos los derechos humanos, a una posterior visión cristianizante del otro (los indios son humildes, pacíficos…es decir, tienen virtudes cristianas) que Todorov califica como violencia conceptual: “Se niega a reconocer a los indios por lo que son y les impone una imagen que tiene su origen en sí mismo, asimilando a los indios con los cristianos”. Fue en la famosa disputa de Valladolid con Sepúlveda donde la evolución de su pensamiento llega al límite: lo importante no es que no sean cristianos sino que tienen el sentimiento religioso y, de hecho, ese sentimiento es más fuerte que el que se observa en el ámbito cristiano, lo que llevó a similares reflexiones al posterior Bernardino de Sahagún -autor que nos dio eso sí una extensa descripción etnográfica que servirá de punto de partida científico a posteriores autores- ¿A dónde conduce esto? A que los caminos del señor son inescrutables y hay que respetar otras experiencias religiosas, por lo que no es necesaria la evangelización. Sin embargo, Todorov cree que en su defensa del sacrificio humano como rito religioso hay un exceso de relativismo cultural.
Ahí lo dejamos. Quien quiera profundizar en el tema, no tiene más que sacar a este libro de su anaquel y darle de nuevo vida ante sus ojos.
José Antonio Antón Amiano, departamento de Filosofía
Animamos a profesoras, profesores, alumnos, alumnas, padres, madres, cualquier miembro de la comunidad educativa, a seguir el ejemplo de José Antonio y traernos reseñas de libros de nuestra biblioteca que consideren interesantes para publicarlas en este blog y dar así a conocer entre todos los fondos que tenemos a nuestra disposición.